miércoles, 19 de mayo de 2010

El Músico por:70 centavos



El sonido de una cuerda se desató al momento de ser rosada por la barra de conteo. Un personaje más, un cruce de miradas y una moneda cambio de dueño. Delgado, moreno y algunas canas. Su mirada caída giro sobre las cabezas de los pasajeros. Algunos miraron con indiferencia esperando algún son que animara el trayecto. Nadie sospechó de sus sueños. No titubeo al momento de elegir un asiento, estaba consciente del lugar y los beneficios carnales que permitía el hecho de sentarse en la parte delantera del camión. La guitarra de palo tomaría lugar en las piernas del músico.

Medio día, los trabajadores laborando y el transporte público medio vacío. Hasta adelante una joven de no más de veinte años de edad, cabello teñido, ropa ajustada, piel blanca.


Las jovencitas suelen sentarse hasta adelante, tienen miedo de encontrarse con situaciones desagradables que involucren tocamientos y roses, aquellas miradas de arria a abajo.


Como resultado de su decisión esperaba que otra mujer se sentase a su lado, quizá una mujer embarazada o de la tercera edad. Aún así tomo la precaución de situarse en lado del pasillo.


¿Quién preferiría ir sentado junto a otra persona cuando hay lugares con ambos asientos vacíos?. Son los momentos donde nos envuelve la necesidad de inhalar esa densa niebla de la soledad. Cuando el rechazo es inevitable la cercanía converge en una estepa de sinsabores ajenos. Las ventanas son la salida de emergencia de la mente. “Nuestra” ciudad se convierte en un cumulo de imágenes incrustándose en nuestro cerebro a no más de treinta kilómetros por hora en zona escolar.

Mirar por la ventana un camino más que conocido, paisajes sin sentido que se abren a miles de posibilidades. El trayecto escupe una monotonía de movimientos que día a día nos abrazan para susurrarnos al oído el sentimiento de estar cerca de casa; un territorio deseado al cual siempre regresamos. Emana de él un olor que nos envuelve a lo lejos, como a quien se acerca al mar.


Un mínimo roce del hombre a su lado bastó para que se proyectara el gesto de desagrado más sutil del día en el rostro de la joven. “El músico” aprovechaba los movimientos bruscos del barco para tocar con un costado el cuerpo de la colegiala. Su mirada se dirigía de reojo a los senos, miraba un par de segundos y su vista regresaba al frente hacia la nuca del capitán. Las manos ansiosas, con la izquierda tomaba el brazo de la guitarra y con la derecha acariciaba las curvas de la misma (las curvas de una mujer de palo); no las cuerdas, no esperaba los beneficios monetarios que recibe un músico ambulante. Subir a bordo, arrancarle sonidos a la guitarra, llorar un par de canciones y recibir unas cuantas monedas, luego, resbalarse por los escalones de atrás para no dejar huella en el oscuro escenario de un público “exigente”.

Una gran variedad de estilos, formas, intenciones contrarias. Se podían leer los pensamientos de ambos, el asco y odio por un lado, y la jugosa lujuria por el otro.

La imaginación mutua se desgarraba momento a momento. “El musico” se encontraba completamente concentrado en el acto e incluso cerro los ojos para no perder detalle del tacto. Así, la guitarra se asemejaba cada vez mas al cuerpo de una mujer sobre sus piernas.

Por otro lado, espacialmente cercana, la joven, sintiendo el deseo derramarse.


Levantarse en la mañana y encontrarse con un hombre viejo, sucio y desnudo en la cama no es un recuerdo muy agradable.


No tenía otra opción mas que esperar el descenso, mientras que con las piernas jugaba al rechazo.

Deseoso e impotente sujetaba con mas fuerza a la guitarra/mujer que comenzaba a susurrar el leve crujir de la madera. Sus dientes se empujaban contra si mismos con mas y mas fuerza, resultado de la ansiedad causada por una actuación apunto de llegar a su fin (sabiendo que nuca recibiría un aplauso). El son se ve interrumpido cuando la joven decide bajarse unas cuadras antes (unos cuantos pasos a cambio de una urgente soledad).

Sin concluir la rola, “el musico”, sintiéndose satisfecho por haber podido robar esos instantes, no iba a dejar ir el recuerdo de haber tocado esa canción/guitarra/mujer. El acto continuaría en casa acompañado de un par de cervezas y nada mas que recuerdos (sin cortarle las alas a la imaginación).

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